Matrimonio de éxito

Tiene unos cincuenta años y está demasiado delgado. Viste una trenca corta sin forro polar y unos chinos verde oliva de buen aspecto aún. Deportivas sucias de suela ancha. Ni bufanda al cuello ni guantes. Cabello entrecano bien peinado. Su ojos parecen negros antes de ponerse las gafas de esquiar. Le protegerán de los rayos UVA pero sobre todo de las miradas que puedan llegar a reconocerle. Se pone el gorro de Papá Noel y una grandísima barba blanca antes de meterse en faena.

Extiende el cartón en el suelo. Aunque sea mucho suponer, sus movimientos transmiten la sensación de un hombre cansado de sí mismo. Saca de una caja seis copas de vino y las dispone sobre el cartón. También muñecas de todos los tamaños en posición sentada, los zapatitos de cuero de un niño (o una niña), los zapatos de tacón de una mujer (o un hombre), las botas para esquiar de un hombre (o una mujer), una sartén antiadherente en bastante buen estado, un grifo monomando de bidé cromado, muchos libros variopintos de difícil venta como «La guía turística de Toledo», «El francés es fácil» o “El matrimonio de éxito”. En la portada de este último, un hombre de traje y corbata con un razonable parecido a nuestro protagonista (tan saludable y bronceado como él pudo llegar a estar en sus mejores días) abraza por la espalda a una mujer muy bien peinada y sonriente. Si lo vamos abriendo al azar leeremos que el hombre casado ha de hacer vibrar a su compañera respetando su dignidad y tratarla casi como cuando era su novia y guardar la distancia con otras mujeres y no abusar del alcohol y reconocer sus faltas y pedir perdón por ellas y comunicar voluntariamente a la esposa lo interesante de su jornada y concederle libertad económica y recordar su cumpleaños y hacerle algún regalo sorpresa de vez en cuando y, sobre todo, ganar siempre algo más de lo que necesita la familia.

En su caso, pasan las horas y no gana nada. Y eso que la ciudad se muestra tan animada como las estaciones de esquí que él pudo llegar a frecuentar. Todos parecen felices mientras suben con ánimo las escaleras que conducen al parque. La nevada ha sido lo bastante intensa como para cubrir los setos y poco antes de caer la noche los árboles brillarán revestidos de hielo. Muchos ojean el anticuado manual de matrimonio y hacen bromas. Una pareja de enamorados pretende llevárselo por dos euros. Podría tratarse de los típicos estudiantes de sociología que buscan analizar el contenido del texto, o quizás ser dos guasones que leerán en alto sus enseñanzas mientras fuman marihuana para ponerse a tono. También es posible que quieran conocer en profundidad todas las recomendaciones de una pedagogía tan «sensata». De hecho van de la mano todo el tiempo y puede que hayan decidido casarse. Papá Noel acepta finalmente el dinero y ambos le estrechan la mano como si hubiesen cerrado un buen trato.

La gente comienza a caminar con prisa por las calles y muchos se agolpan con su mejor ropa en las paradas del autobús o levantan los brazos para coger un taxi. Cada vez hace más frío y la tarde se ha vuelto gris. Una señora con abrigo de piel de marta o similar, y una especie de rata aplastada al cuello, le promete volver en un minuto. Ha ido a su casa, que está muy cerca, a por una caja de cartón más apropiada para llevarse las copas de la marca Tritán, modelo Burdeos. Papá Noel las compró el año pasado en unos grandes almacenes por una buena suma. Las recomendaba la revista Esquire y había que brindar como Dios manda en Navidad, se dijo entonces. Y ahora parece preguntarse qué posibilidad existe de que sirvan para idéntico brindis esta Nochebuena en casa de esa caritativa señora que, como prometió, ya ha vuelto con una caja provista de celdillas para llevarse (por muy poco dinero) las copas de vino.

Es hora de recoger. Pero apenas se pone manos a la obra cuando sucede algo que no ha considerado. Los ve frente a él y se incorpora con una actitud nada satisfecha consigo mismo y repasa mentalmente el aspecto que les ofrece y llega a creer que pasarán de largo y luego cree que no y de nuevo que sí. Pero la niña se ha parado definitivamente y parece absorta en las muñecas. Su madre desplaza el interés desde el grifo del bidé hasta la sartén antiadherente, echando un buen vistazo también a los zapatos de tacón y a las botas de esquí, justo antes de decidirse e ir levantando la vista desde las deportivas sucias que ella siempre limpió con un cepillo especial, pasando por los chinos verde oliva que tantas veces lavó y planchó, en busca de esa mirada que tanto amó y que permanece oculta tras esas gafas de esquiar que tantas veces la reflejaron sonriente en medio de la nieve. Hoy el cielo ceniciento no permite ese brillo y su figura se refleja con tristeza en las lentes de espejos. Lleva puesto un plumífero blanco y entallado de Gertrude & Gastonde que hace ya unas temporadas causó furor en las estaciones de montaña. Parece que va a decir algo pero termina por agarrar de la mano a la niña y llevársela a rastras. Él les desea feliz Navidad con una voz de falsete. Nadie responde.

Avanza taciturno con todos sus bienes al hombro. Los lleva dentro de un saco desmesurado. Aún no se ha quitado el gorro ni la barba de Papá Noel. Observa los ventanales iluminados en los flamantes bloques del barrio y se imagina a sí mismo escudriñando las calles y el parque desde un piso con suficiente altura, viendo con calma como todas las cosas van desapareciendo al caerles la nieve encima.

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