La fábula del faraón

Era la cuarta vez que lo leía:

Monipodio le entró consigo, y mandó llamar a Chiquiznaque, a Maniferro y al Repolido, y que de los demás no bajase alguno.

Aquel breve fragmento de Rinconete y Cortadillo era un trabalenguas y un trabamemorias. Loren siempre había presumido de retención memorística, con 16 años era capaz de citar de seguido los faraones pertenecientes a la XVIII dinastía: Ahmosis I, Amenofis I, Tutmosis I, Tutmosis II, Hatshepsup, Tutmosis III, Amenofis II, Tutmosis IV, Amenofis III, Amenofis IV (Akhenatón), Smenkhare, Tutankhamón, Eye y Horemheb. Pero ahora se hacía un auténtico lío con “Monipodio, Chiquiznaque, Maniferro…”, no era capaz de decir seguidos los tres nombres y mucho menos de llegar a Repolido, el cuarto en discordia. Su cerebro se recalentaba poco a poco, como un chuletón a la brasa. Nada en aquella biblioteca opulenta de encuadernaciones lujosas y tapices rojos favorecía la concentración. La mente se invertía; desde todos los estantes los libros absorvían cualquier proceso de raciocinio memorístico y lo traducían al lenguaje menos implacable de la literatura. Entre todas aquellos centenares de novelas habría textos referidos a faraones, por supuesto, pero seguro que ninguno citaba al completo las dinastías egipcias… con qué intención lo iban a hacer… sería como pedirle a un libro de historia la biografía completa de Cortadillo.

Cervantes perdió un brazo en la batalla de Lepanto. El 7 de octubre de 1571el combate naval concluyó con una victoria de la Liga Santa, que de esta manera había frenado las temidas incursiones de los turcos. Por aquel entonces Cervantes no era nadie, y sólo la historia le daría vida apodándolo el manco de Lepanto, título honorífico que le colocaba en el epicentro de la famosa batalla y con el que venía a sumplantar el ilustrismo de otros mancos históricos como por ejemplo… A Loren no se le ocurría ningún otro.

Pero Rinconete y Cortadillo existían, Cervantes así lo había dejado escrito junto al resto de las Novelas Ejemplares… eso era un hecho que sólo parecía preocupar a la literatura, como si la batalla de Lepanto o Akhenatón fuesen más verdad para la historia que Chiquiznaque, y un escritor de la talla de Cervantes sólo fuese un manco… Ahora que cito a Akhenatón, les diré que este faraón trató de cambiar la religión histórica de su pueblo por un estricto culto a su persona. El Faraón Hereje, como después sería conocido, es un gran enigma en muchos sentidos. Ni siquiera se sabe con certeza si gobernó él o su mujer, la gran Nefertiti. Las circunstancias de su muerte son un misterio porque no hay ninguna prueba arqueológica que sirva de testimonio. Para colmo, el cuerpo del faraón jamás se ha encontrado, aunque sí ha aparecido una colosal estatua que viene a decirnos que (posiblemente) existió. En esta piedra perfectamente tallada descubrimos la figura (posiblemente esbelta) de un faraón. A la estatua le falta un brazo… ¿Cómo? Pues sí, otro manco ilustre, tan real como Cervantes, de vida tan fabulada como Don Quijote y que ha dejado un cadáver de granito poco común entre los auténticos mortales.

Con disquisiciones parecidas a ésta Loren se dio cuenta de que su presencia como becario en aquella inmensa biblioteca apenas significaba nada históricamente, su trabajo tampoco tenía nada de fabuloso. No existía ninguna constancia de su misión salvo en las huellas dactilares que iba dejando sobre los libros al pegarles la etiqueta de referencia. También había huellas en algunos capítulos que ojeó por encima. Al volver a casa después de una minuciosa catalogación, los gruesos volúmenes de aquella biblioteca seguían siendo losas demasiado pesadas para su mente. Le atormentaban de madrugada, como al ingenioso hidalgo los libros de caballería. A menudo se despertaba en sueños citando algún pasaje que sí habría logrado memorizar durante el día, pero a continuación se ponía a prueba, trataba de articular Monipodio, Chiquiznaque, Maniferro y después Repolido… no podía ni empezar, lo mismo que si sus neuronas fuesen asaltadas desde todos los flancos por una dinastía entera de faraones, o como si la vida que le había tocado vivir fuese una gran mentira, una sarta de sucesos intranscendentes que no le llevaban a ninguna parte.

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