Incendio

Apenas tenía quince años cuando la conocí. Dentro de las tierras del amo ocupábamos una pequeña parcela cercana al río, a pocos metros de los alambres de la finca. Nuestra labor básica era abastecer de leña seca la chimenea del señor. Por eso mi casa materna almacenaba troncos por todas las esquinas y por eso puedo decir que había calidez y buen olor en nuestro hogar -pero también sequedad y falta de espacio y falta de padre. Era fácil rasgarse ropa y carne con las astillas.

Cada día, mientras partía la leña, escuchaba la misma melodía en mi cabeza. Obedecía a mis movimientos: alzar el hacha, dejarla caer, partir; del mismo modo que un trueno que se transforma en aguacero y golpea los charcos. Alzas de nuevo el hacha, cae sin remedio, el leño se parte en dos, regresa la lluvia cada vez más fina y los charcos hipnóticos, la calma.

En aquellos años, al faltarme padre y palabras, la hiedra se apoderaba de mi lengua confundiéndola con un muro. Mi madre insistía en que hablase con ella, aseguraba que aquella chica era la persona más hermosa que yo escucharía nunca en las tierras del amo. Ellas, sus voces, fueron las que me hicieron mujer.

Así fue. Lo fue. Lo es.

Apenas tenía quince años cuando la conocí y cada mañana que me despierto aquí me apetece estar con ella. Rompo los muros para dormir a su lado. Lucho cada segundo contra el amo tiránico que quemó la casa de mi madre.

 

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Este relato fue seleccionado entre los veinte finalistas del Concurso de historias de superación promovido por Zenda Libros. Historias reales o ficticias, que nos cuentan cómo superar la violencia contra las mujeres.

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