No cejaré en mi empeño. Una noche de tormenta, antes de quedarme ciego de cordura, saltaré la tapia, sortearé las linternas de los guardas y, gozoso, invocaré tu leyenda lúgubre a la luz de las centellas. Voy a descalzarme y mojar mis pies en el agua turbia; desnudarme y dejar que los caños endemoniados empapen mi cuerpo castizo. Aunque el pedestal ideado por Jareño lo hará todo más difícil, tomaré impulso y echaré el resto para alcanzarte. Arriba temblaré de emoción cuando los truenos se acerquen, reiré a carcajadas y palparé tu anatomía escultural.
«¡Loco!», gritará el tipo del uniforme.
Como Dios me trajo al mundo me aferraré a ti, mi amo, para frenar con mis ojos el rayo que te impide volar.