En la cumbre

Apenas podía articular mis dedos y aún así saqué el cuadernillo de la mochila y me puse a escribir. No sabría decir cómo lo hice, pero la tinta quedó perfectamente legible en el papel. El aire de la montaña amenazaba con derrumbarme, pero me mantuve firme. Hacía verdaderos equilibrios apoyado en el piolet. Sufrí una ventisca inhumana que duró más de una hora. Después arreciaba la nieve y caía la tarde en el abismo. Dejé de escribir. Saqué el termo de la mochila y me serví un poco de agua helada. Un témpano. Al poco me entraron unas horribles ganas de mear. La temperatura en el exterior era extremadamente baja y podría exponerme a la congelación. Mearme encima tampoco era conveniente para mis piernas. Decidí empezar a bajar. Tenía que decirles a todos: vengo de allá arriba.

Cuando me desperté la cama estaba empapada.

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