El incompleto

Como siempre entran en el bar los cuatro albañiles de la obra de la esquina. Normalmente van al grano: tres mahous, un kas de naranja y cambio para jugar al Pinball. Suelen hacer varias bolas extras y se cagan en todo cuando, tras volverse locas en los flippers, al final se cuelan sin hacer bonus. Al apagar diez dianas se encienden todas las luces y se abre la compuerta del Arca perdida. Si entra la bola: ¡partida!, TAC. Pero la Máquina de Indiana Jones está más trucada que Robocop, y conseguir meter la bola en ese agujero es mucho más difícil que encontrar el arca de la alianza.

Mi amigo Enrique, el barman, siempre sigue las partidas con atención. Desde el principio, cuando deciden jugar a cuatro players. TAC- TAC- TAC- TAC. Todos empiezan en 000 000 000.

Al final de la partida los marcadores son los siguientes: 000 210 000, 000 540 140, 000 119 300 y 000 130 560. El resultado de la suma es muy fácil de calcular para él, gracias a esa intuición suya para dar con el resultado justo a un primer vistazo: 001 000 000. Una cifra redonda, además de una combinación binaria a todas luces si la vemos así: 00 10 00 00. Le ha quitado un cero, está bien, pero es que sino el resultado no cuadra en sus cábalas simbólicas: a cada símbolo le corresponde un único código binario, y al conjunto de ovho bits se le denomina byte; y la idea final es que el marcador represente el mundo: su mundo.

Así es Enrique Sierra, en más de una ocasión se siente como Maximillian Cohen en la película “PI“, con su ordenador manufacturado, su potente micro en busca de esa constante universal que explique no sólo su comportamiento, sino la existencia misma como si se tratase de la conversión de un binario a decimal: Peso Bit Valor Bit Valor Bit Valor.

Como barman aburrido, o como matemático frustado, como quiera que le veamos, Enrique pone en práctica todos los días los fundamentos básico de la codificación binaria, simplificando sus pensamientos complejos acerca de trigramas o hexagramas, y reduciéndolo todo al cero=no, y el uno=sí

Cuando los albañiles entablan una conversación en la barra tras acabar la partida, Enrique participa de la siguiente manera: Sí, sí, sí, no, no, no, sí, sí, sí, no, no, no.

Cada noche al acostarse suma todos los “sí(s)” que profiere al cabo del día en cada una de las conversaciones en las que participa (bien con los albañiles de la obra de la esquina, con Don Antonio, el guardia jubilado, o con los adolescentes del instituto) y los divide o multiplica, según le dé, por los “no(s)”. Lleva todas las anotaciones desde hace meses en una libreta que se queda sin páginas. Está a punto de llegar a algún tipo de teorema, o eso piensa, aunque su marco lógico, como ya se habrán dado cuenta, carece de fundamento o es una falacia, pues según la teoría de la incompletitud de Gödel: a partir de cualquier formalización consistente de las matemáticas que sea lo bastante fuerte para definir el concepto de números naturales, se puede construir una afirmación que ni se puede demostrar ni se puede refutar dentro de ese sistema.

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