El heladero de Callao

Le cuesta tanto hacer las cosas que le resulta cansado seguir el ritmo de su cabeza, como si en el fondo no fuese la suya. Dando órdenes todo el día. Ya no puede seguir así, es mejor rendirse y que sea lo que sea.

El problema es que cuando se combate contra eso se combate contra uno mismo. Todo el santo día de aquí para allá, pensando qué es lo más conveniente para su nueva vida. De aquí para allá y la vida en medio, y su cabeza bla, bla, bla, que si sería lo más acertado, que si es necesario actuar. Y al final una orden endemoniada: “hazlo, ya”.

Se compra el periódico pero algo en su cabeza le dice que no ha sido lo más adecuado. Qué hay por ejemplo de comprarse un helado…, sí, y tirárselo a áquel a su camisa nueva. No seas imbécil.

Como casi todos los días se hace mil pajas mentales y al final acaba sentado, leyendo la prensa en una calle transitada de Madrid.

El ruido no importa. Es más, ni lo oye. Bla, bla, bla. Eso sí, mientras lee el periódico suele abstraerse un tanto de su conciencia, y se cree en el derecho de rebelarse desde el placer más placentero de la holganza y la lectura. Te tapas con el periódico, disimulas ante los demás, y piensas. Así es él, siempre necesita de una madriguera para perderse un rato de vista.

Pero en ese preciso momento, terminada la línea 35 del artículo de la contraportada del suplemento de cultura “El más dulce de los sueños” de Doris Lessing, apenas pudo concentrarse más allá, porque comienza a invadirle una de sus frustraciones existenciales: no ser capaz de escribir una buena novela, de crímenes violentos y con posibilidades de llevarse al cine. Sería cojonudo.

Pero vuelve la cabezita, tiqui-tiqui-tiqui-tiqui, que te levantes de ahí. Camina. Firme. Hoy no es un día cualquiera, es el día D. HAZLO.

Lleva el papel en la mano y se acerca al objetivo. En el último momento duda. No quiere. Pero hay algo más poderoso que el ego. Finalmente camina arrastrado por su superyo, mucho más decidido y elocuente. Se para un poco antes para prepararse un abundante escupitajo y frotarse los zapatos con él. Pero qué haces.

Ahora relucen justo en la puntera, como sus ojos, que brillan una pizca de nada pero suficiente para darle aura de joven espabilado. Se ha echado gomina y depilado el entrecejo. Se ha untado en la cara esa crema para sentirse terso y seguro de sí mismo. Antes se había extirpado cualquier atisbo de punto negro y algún pelo de la nariz. En realidad se echó la crema hidratante para esconder la masacre de sus manazas. Se para otra vez para ajustarse bien los pantalones. Carraspea y finalmente extiende la mano.

-Buenas noches, soy Eugenio Malitroque, pero puede llamarme Genio o Mali, todo el mundo lo hace. Ejem, vengo por lo del anuncio.

El otro lleva un gorrito ridículo y una nariz impresionante que le llega al mostrador. Eugenio siente su mano, pegañosa hasta la exasperación. La narizona vibra gracias al apretón y crea un remolino de aire entre ambos cuerpos.

-¿Has hecho alguna vez esto?
-Bueno, en el colegio siempre que íbamos de excursión me encargaba de servir la chocolatada.
-Pero no se trata de eso, son helados.
-Bueno, lo que quiero decirle es que me manejo bien con ambas manos y que en caso de mogollón siempre salgo al paso.
-¿Te importaría estar dos días a prueba?.
-Claro que no (claro que sí). ¿Cuándo empiezo?
-Mañana mismo. Ven a las nueve. Estará un chico que se llama Juan, él te dirá lo que hay que hacer y te dará el uniforme.
-Pues muy bien, encantado.
-Yo suelo venir sobre estas horas. Mañana hablamos de cómo te ha ido.
-Perfecto. Ha sido un placer.

Ha sido un placer, ha sido un placer… menuda ocurrencia. Y menuda cara ha puesto el tío. Pero eres tonto o te lo haces, eso sólo se dice a los padres de la novia o cosas así. Estaba de más.

Vale, pues estaba de más. Ahora déjame un rato. El objetivo ha sido abatido. Me tomaré el resto del día libre.

II

Por la noche sueña que ha habido un asesinato en el piso de arriba. Un crimen en el sexto. Lo observa todo como si fuese una cámara de televisión. Entra detrás de los agentes de policía. Hay un reguero de sangre en el salón, y una televisión encendida emitiendo una peli porno. Siguen el rastro de la sangre. Viene de la habitación, de ahí se bifurca al salón, por donde han entrado, y a lo que parece ser el cuarto de baño, pues se escucha el ruido de la ducha de fondo. Uno de los agentes se pega a la puerta del baño pistola en mano y el resto, incluido Eugenio y su cabeza-cámara, entran en la habitación flanqueados por pistolas mil y muchos nervios. No hay nadie, pero sí más sangre en el colchón. Se oye un disparo. Ha sido en el cuarto de baño. La pistola del policía todavía humea. Llevaba un cuchillo, llevaba un cuchillo, asegura. Un hombretón yace boca abajo, las baldosas van del blanco al rojo, el rojo cada vez es más espeso. La cortina de la ducha se descubre y una mujer rubia, hermosa y desnuda, se agarra el vientre ensangrentado y cae arrastrando la cortina y enredándose con ella en el suelo en varios arrebatos fatales. Se hace un silencio, la sangre sigue inundándolo todo y Eugenio comienza a marearse. El sueño se adentra en un no deseado desenfoque. Parece que se va terminar mientras dos agentes dan la vuelta al cadáver del hombre. En ese momento alguien escandaliza a Eugenio y lo despierta para el sueño. ¡Fijaos en la nariz tan descomunal que tiene este pollo!.

Un ruido ensordecedor se hace dueño de todo. Es machacón y siniestro, como en Psicosis.

Yo le conozco, logra articular Malitroque, es el heladero de Callao.
…………………

Eres un vago. El despertador lleva sonando un buen rato. Anda, déjame en paz.

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