Corazones de N.Y.

De ventrículo a aurícula no hay apenas espacio, pero la sangre corre y se abren y se cierran las válvulas con gran estruendo -casi como un avión chocando contra un rascacielos.

Soy capaz de alcanzar la hipocondría más absoluta. Tiemblo y sudo como un cobarde cuando acerco mi mano al pecho. Siempre descubro que el corazón va demasiado deprisa para mi gusto.

Me osculto todos los días por si acaso.

Yo no quiero morirme, pero me parece imposible que pueda seguir el ritmo de mi corazón.

Tengo anotada en mi libreta una cifra, supera el millar de millones: los latidos de toda mi vida.Si uno no cree en el tiempo es posible llegar a manifestar menos temor por los corazones, creer que latirán por siempre jamás.

En lo que a mí respecta, sólo acertaré el año de mi muerte si no dejo que se me escape nada al análisis: el colesterol o un ifarto, el cáncer, lesión mortal por accidente, virus descatalogados, asfixia o, sencillamente, esquizofrenia terminal. La sociedad, otra causa: carreteras peligrosas, cárceles, inflación, marginalidad, violencia, injusticia y amor. Por no hablar de la naturaleza, de los lobos hambrientos, las serpientes, los terremotos, las lluvias torrenciales, las olas de calor, el fuego, las bajas temperaturas, el instinto maternal y los alimentos.

Mi corazón sigue latiendo.

Sabiendo que aproximadamente existen unos 5.000 millones de seres humanos en el planeta, sólo hay que hacer una operación matemática para calcular los latidos del gran corazón. Posiblemente en el intervalo mínimo de mis latidos se intercalan millones de latidos, y en el intervalo de estos otros muchos; así que en el corazón del mundo, si pudiéramos oírlo, no se abriría ni cerraría nada, no habría intervalos, ni pulsaciones, ni tiempo.

Se pueden hacer números de los latidos de la humanidad de aquí a, por ejemplo, el 2050. Se puede llegar a pensar incluso que la raza humana aún existirá en el 100.050, y tirar de calculadora para saber los latidos que se producirán hasta el fin de los tiempos. También se puede inventar un origen, la fecha del primer corazón, el instante del primer latido, y multiplicar a partir de entonces.

Los corazones de todos los muertos sonarían al unísono.

Los tiempos de prosperidad de los pueblos tendrían unos corazones, mientras que las guerras tendrían otros. Podríamos clasificar los corazones según la época y aplicar el criterio cardiaco a las victorias o las derrotas.

Últimamente tengo alta la tensión pero apenas sé si significa algo a mi edad. Si tuviera más datos históricos, si pensar en mañana me concediera más esperanza de vida…

Una manera que me invento para no agotar los corazones en mi propia historia personal es la de los trasplantes. Me imagino salas y salas de hospital, y la gente haciendo cola para cambiarse el corazón por uno nuevo.

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