Voy a tener suerte

El mendigo/vagabundo, buscando algo que echarse a la boca encontró un bebé en el contenedor y lo entregó a las autoridades. Ocurrió el día de Navidad de 19xx. Pasaron los años y el bebé humano se convirtió en indigente/sin-techo/sin-hogar/hombre-invisible, y el día de Navidad de 20xx buscando algo que echarse a la boca no encontró nada, sólo un vacío interior y un frío que pela, tal y como trató de explicar a las autoridades cuando lo rescataron bajo un montón de cartones. Hablamos de un tipo que se crece ante la adversidad y que trata de disimular hasta para frotarse las manos. Insiste en el hecho de que a él no le gusta pedir nada, que tampoco le pega al alcohol como otros que ellos saben y que sólo tiene pendiente una operación de rodilla. Cuando le entran ganas de toser se pone la mano delante de la mascarilla y aprieta la boca, no como ésos que tosen sin conocimiento. De camino al albergue habla sin levantar la voz pero con el orgullo que tienen los bebés rescatados de los contenedores; humanos que llegan a creerse que nunca han sido llevados en otro cuerpo para llegar a nacer, o que nunca han sido alimentados cuando no podían alimentarse por sí mismos, que nunca han sido arropados cuando estaban muertos de frío. Ese tipo de personas no concebidas, nacidas de repente en cuerpos adultos y de los que sólo puede saberse con certeza que han sido «entregados» al mundo como seres completos desde el principio, con una composición genética exacta a la de los hurgadores de contenedores, replicándose por generación espontánea, con un extraordinario parecido a aquéllos que los entregaron a las autoridades -incluyendo los párpados ribeteados y la capacidad de transmitir con su rostro todo tipo de expresiones fidedignas.

Mientras guarda cola hace migas con alguien que le suena de algo, y sale el tema de la novia que tuvo y a la que dejó porque él no quiso tener hijos. Además para qué, si las mujeres del barrio le siguen tirando los tejos y algo más que eso. Le toca el turno del aseo justo en el mismo cuarto de baño y a la misma hora que la última vez que estuvo en el albergue. Para él la vida esta llena de casualidades aunque ya nadie crea en ellas. «Estos días hay muchos árboles de Navidad en los contenedores, no se vende ni uno», certifica una vez afeitado (y a vueltas con la mascarilla) el tipo que en otra vida dentro de ésta fue pintor durante unas horas y repartidor de publicidad. A veces no cree en dios, confiesa si se le tira de la lengua.

No hablamos de hombres ni de mujeres con la vida hecha, sólo de cuerpos vivos que serán heredados por niños que aún no han nacido y que al alcanzar la madurez se obsesionan con llenar carritos de supermercado, y los cargan de peluches, sobras de comida, ropa sucia, mil objetos que no cumplen ninguna función…  y duermen en callejones, y se ponen gorritos de Papá Noel churretosos, y el día de Año Nuevo pisan la mierda de los perros sin ningún tipo de superstición. 

 


 

 

Voy a tener suerte – (c) – Ramón Molleda González

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