Volveré a dormirme

Con mi teléfono móvil filmaba a un tipo escurridizo como una ardilla, lo perseguía por las calles como si de él dependiera mi vida.

Se paraba en seco, se volvía hacia mí y se despachaba a gusto sobre algún asunto que no recuerdo pero que me hacía sentir muy feliz. Le escuchaba admirado, con la sospecha de conocerle – de haberle conocido o de poder llegar a hacerlo- y le examinaba embobado, tratando de descubrir quién podría esconderse tras aquel rostro borroso. Por eso sujetaba el teléfono con firmeza, sin moverme un milímetro, con el único propósito de sacar algo en claro. Enfocado, quiero decir.

Su silueta desgarbada dejaba atrás una sombra cinematográfica cuando volvía a deambular. Y en mi empeño por grabarle sin perder detalle -zancada tras zancada, esquivando una multitud de seres quietos-, me atormentaba la idea de que la batería se agotase. Quizás por ese motivo me desperté con el corazón en un puño y en un santiamén estiré el brazo para coger el teléfono de mi mesilla de noche.

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Tenía carga más que suficiente.

En los vídeos encontré largos planos en movimiento, desvirtuados, y otros tantos fijos y bien encuadrados donde podían verse calles repletas de gente; aunque nadie en primer plano y nadie hablando sobre nada.

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