Que no es necesario llegar a lo más alto para subir demasiado

Me perseguía una cuadrilla de hechos tangibles, ese tipo de cosas que a diario nos impiden soñar con humildad, como un despertador de campanillas con patas. Ni atándome los zapatos en un solitario callejón me libraba del acoso. Si no era el despertador, teléfonos gigantes, con exasperantes timbres y notificaciones, aplastaban mi vida a su paso. Por eso, cuando leí aquel letrero sobre la puerta abierta: «Elevamos sueños», entré sin vacilar.

Cerrando los ojos me dispuse a soñar que no es necesario subir demasiado para llegar a lo más alto, y a la inversa:

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