Cuando levanté la vista del libro con intención de repetir mentalmente la última frase, el chico del asiento de al lado se me adelantó y la citó textualmente. Al rato, todos los pasajeros del vagón comenzaron a repetirla como si se tratase de la buena nueva.
No pude volver a concentrarme en la lectura porque las palabras se habían vuelto borrosas sobre el papel. Ni siquiera fui capaz de recordar el libro que estaba leyendo hasta que cerré las tapas.