Fueron los hechos

Le gustaba ver películas con argumento, intriga, pasión… engaño, con víctimas y juegos. Veía muchas películas y en el fondo le preocupaba confundir su verdadero trabajo con las tramas. Él era investigador privado, eso lo tenía más o menos claro. Además, no había nada que se pudiera hacer si el caso no despertaba su interés. Se comportaba de forma exigente en su trabajo, se decía, pero su papel era real en la exigencia y no simplemente verosímil como en el cine. El suspense, por otro lado, estaba fuera de lugar en sus pesquisas e informes.

Su único problema era de memoria. Cuando creía que tenía memoria para él, en realidad sólo la tenía para los otros, y viceversa. De esta forma, solía mezclar las libretas en las que anotaba asuntos personales con aquellas destinadas a los casos en los que trabajaba. A la hora de hacer sus informes dudaba acerca de aquel seguimiento en particular y creía haber destapado un turbio asunto de sí mismo.

En cualquier caso, hablo siempre de dudas efímeras que se evaporaban de su cabeza como haría cualquiera de las secuencias intranscendentes de sus vídeos. A mí me han dicho que siempre actuaba por su cuenta y que era un hombre decidido. A pesar de llevar pocos años en el oficio le gustaba creerse que se había hecho un hueco entre sus colegas, y por eso mismo creía que tenía derecho a decir NO a lo que no le interesaba. Las razones era algo que solía callarse. El hecho de que fuese investigador privado no implicaba que tuviese que explicar su vida privada a la gente. Él observaba a los demás, y los demás podían quedarse tranquilos si aceptaba. En este caso, incluso aportaría un escueto -pero profesional- informe periódico de los hechos. No había más que él pudiese hacer. Su vida privada, sus opiniones, no debían significar nada para aquél que lo contratase. Cuando cerraba un acuerdo garantizaba a sus clientes la eficacia teórica. En ningún caso, les decía, habrá la más mínima sospecha de que haya podido interpretar los hechos.

Cuentan también que aprendió el oficio en sueños. El tren de cercanías era su principal cuna de inspiración. Sus compañeros de vagón lo conocían bien. Pegaba cabezadas, se debatía consigo mismo, gritaba, sudaba, antes de despertarse sobresaltado, pedir perdón y perderse en el andén.

Su caso despertó interés por tratarse de un sueño.

Un buen día desapareció sin más. La última vez que se le vio no se sabe con certeza. Su desaparición fue sacada a la luz por su perro. Los vecinos no soportaban aquel olor del demonio y lo denunciaron al Ayuntamiento. Pegado a la puerta yacía aquel cruce monstruoso y fétido entre mastín y jirafa. Hacía días que había muerto dada la peste reinante. La policía llamó a testificar a familiares y conocidos, pero nadie les dio pistas de su paradero. Terminaron por registrar su apartamento. Leyeron detenidamente su diario y su agenda.

Aquéllo condujo a una investigación frustrante. Por lo visto, aunque se citaban allí muchos nombres y contactos posibles del desaparecido, el caso no prosperó. Terminó un buen día tal y como se había iniciado, sin demasiado entusiasmo.

Los agentes se habían pasado meses enteros buscando inútilmente a personas que no parecían existir.

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