Etéreo

En el parque había llegado a la ridícula idea de que su estado de ánimo se “teletransportaba” como esos “pétalos ínfimos” (puag), “casi una pelusilla” (puag, puag) “ que vibra en el aire y se multiplica en cientos de paracaídas orgánicos, perfectamente ensamblados que planean sobre la hierba para crear una nueva flor, orgánicamente constituida también, pero sobre todo: bellamente engendrada, esbeltamente dispuesta… todo ello me suscita un profundo amor a la vida, ¿no lo entiendes?”

Y lo mejor de todo: “Verás, la naturaleza se me presenta en forma de estos filamentosos seres capaces de contener en sus conductos toda la réplica del mundo. Como si se tratase de las mónadas de Leibniz, ¿no crees?”.

¡Guau!

El tío se va a la cama después de estas inquietantes observaciones ante su querida esposa. Ella se queda como una idiota observando el diente de león que su maridito se trajo del parque y no ve por ningún lado el “amor a la vida” o cualquier otra tontería del estilo. Para ella sólo se trata de una “estructura compacta”, “esféricamente compacta”. Una réplica de la estructura neuronal de su marido, con sus “axiodos” y sus “dendritas” unidas en “estrechísimas líneas”.

Por eso sopla y revienta la burbuja carcomida que él tiene como cerebro: para que engendre un montón de polvo cojonudo.

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