El panadero de la suerte

El panadero repartió todo el pan y se quedó sin nada. Ocurrió que fue de casa en casa, como siempre, preocupándose demasiado. Las últimas semanas de trabajo, coincidiendo con el decreto del Gobierno, a la vez que repartía el pan repartía su dinero.

Así fue como se quedó sin pan, sin dinero y sin nada.

Me enteré de su tragedia y le invité a comer a mi casa.

Intenté devolverle el dinero que me había prestado, pero el insistió en que estaba bien empleado en aquella comida.

Comimos en silencio, apenas hubo comentario alguno. Luego vimos la televisión mientras tomábamos una copa. Echaron una película de Navidad, un cuento en el que un muerto, un ángel o un fantasma, que da lo mismo, regresaba a la tierra y hacía rica a su familia con un boleto de lotería que resultaría premiado. Este era el final afortunado.

Toda la historia conducía poco a poco a un desenlace feliz. La pobreza y el dolor de la muerte habían sido pasajeros en una casa humilde que contaba con un alma más a favor. La situación se tornaba trágica y desesperada en la mayor parte de la trama, pero cerca ya del final te podías imaginar la esperanza. “Cuando hay motivos para volver a vivir casi nunca hay finales tristes por muy cerca que se esté del final” le dijo el ángel a su familia antes de volver a morirse.

El panadero se despidió después de aquello con cierta precipicitación. Me dejó allí solo y comencé a fregar los platos. Por las calles se oían las protestas de un grupo de personas, se encaminaban a la plaza donde estaba prevista la concentración. Ya ni siquiera me acordaba. Me puse la chaqueta y me fui. En la calle hacía un frío de espanto para tan poca ropa, así que volví a por la bufanda y los guantes. Fue entonces cuando descubrí que ni siquiera habíamos probado las copas, que los cubitos de hielo apenas se habían derretido y que el panadero se había olvidado su abrigo sobre el sofá.

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