En letra pequeña

En la ventana del primero que casi siempre está entreabierta, justo encima de la A de SEGUROS MARTINEZ, está mi despacho. Ya en mi primer día de trabajo me fijé en ella, fregando rabiosa la acera de los soportales. Mi Jefe la llamaba despectivamente la fregonera y en más de una ocasión me recriminó que perdiese un segundo observándola.

Tenía una edad incierta y ojos achinados que día tras día se cerraban un poco más.

Según me detallaron después las monjas, la fregonera se levantaba sobresaltada en su cama del Hogar de San Antonio musitando los deberes éticos que asaltaban sus sueños.Por lo visto, se le imponían confusiones obsesivas y múltiples al despertar. Desayunaba en un minuto y echaba a correr con sus piernas gordas y una sonrisa forzada, agarrando con firmeza su fregona y el carro de los trastos. La posibilidad de un chicle escabroso en las escaleras, un escupitajo en las inmediaciones, un casco de cerveza o la mugre de los cuerpos, los gérmenes de los zapatos y los respiraderos le ponían enferma. Fregaba por
doquier mostrándose poco o nada selectiva con la suciedad y la ciudadanía. Maldecía a los centenares de transeúntes diarios que pisaban su acera. Increpaba a los niños y maltrataba a los perros. Defendía con uñas y dientes su pulcro territorio.

Trato ahora de recordar la infinidad de embrollos que desencadenó aquella mujer – particularmente en mi conciencia- antes de que un buen día la sacase de allí la policía por escándalo público. Después, los días se fueron haciendo demasiado aburridos y decidí
seguir su rastro con las pistas iniciales conseguidas en el vecindario. No sabría decir por qué lo hice, pero las pólizas sólo eran papeles que se volverían amarillentos inevitablemente.

Ya no vive en el Hogar de San Antonio y nadie conoce su paradero. La policía asegura que sólo estuvo un rato en comisaría el día del arresto y que después la dejaron ir.

Por alguna razón, me niego a dar carpetazo al caso. Me da por pasear después de lacomida y he descubierto la cantidad de estímulos que me depara la gente por las calles.Incluso ayer mismo creí verla. No es seguro que lo fuese, no me atrevo a confirmarlo,pues solo quise reconocer sus zapatillas asomando fuera de una caja de cartón. Estuve aun paso de ofrecerle mi hospitalidad y llevármela a casa, pero me acordé de repente de mi condición y pasé de largo como cualquier otro transeúnte, de calle a calle, conquistándome el derecho a un estado independiente en el que nadie se dé demasiada cuenta de que existo.

…………..

Hoy llueve torrencialmente. Calle abajo viaja la mugre del barrio en un torrente nunca visto. Deseo volver a motivarme en el trabajo, que se valore lo que hago, que me suban el sueldo, que me cambien la silla por una ergonómica; quiero conseguir, como mi jefe, que todo ciudadano asegure su vida con nosotros y que viva cuantos más años mejor.

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