La magnitud del eclipse

Por primera vez en sus 20 años de vida el satélite Maslow se averió por un exceso de radiación en el cinturón de Van Allen. Fue un hecho sin precedentes que dejó completamente translúcidas nuestras pantallas de grafeno. Las microondas quedaron fulminadas en la ionosfera y los nanochips de la facultad no recibían señal alguna. En la asignatura de “Filosofía del siglo XX” asistimos a una inusual clase desmonitorizada en la que también fallaron los micros de tono único. La falta de transductores me dejó perplejo. En la voz rasgada del profesor descubrí lo que Gadamer ya había advertido: que no se puede apartar el oído como se aparta la vista en otra dirección.

Eran las 9 de la noche del 19 de octubre de 2051, un día que no sólo pasará a la historia por esa magistral clase de filosofía sino por lo que entonces vi: la gran sombra de la Tierra cayendo sobre el disco lunar. Una imagen que aún retengo en mi memoria pues no hice fotografías ni activé la copia de mis registros ópticos. Estaba bajo el influjo del sentido, contemplando el horizonte a través del ojo de una cerradura, y ni por un momento pensé en las consecuencias reales de aquel eclipse tan denostado que supondría la pérdida de más de dos millones de megavatios.

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