Uni-verso

Si levantas la vista al cielo nocturno y en lugar de una lluvia de estrellas que se precipitan descubres otro tipo de astros sospechosos de no ser tal cosa, que van apareciendo en el mismo punto a cuentagotas, con el ritmo inquietante de un metrónomo, desplazándose después en la misma dirección a velocidad constante y tediosa, formando una hilera infinita donde las distancias son siempre de una equidistancia exacta… si de tanto concentrarte en este fenómeno sientes el vértigo telúrico y maquinal de ser insignificante, puede que ya sepas qué tipo de firmamento nos espera.

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Veo los barrotes ante mis ojos, y pasa ante mí todo lo conocido encerrado en jaulas. En el horizonte se perciben los límites de estas celdas fuera de los contornos de los cuerpos, y encierran barrios enteros, pueblos y ciudades, países y continentes en contenedores cada vez más grandes. Todas las prisiones se superponen y contienen unas a otras como muñecas rusas. Desde el espacio exterior atisbamos nuestro planeta confinado en su jaula particular, como un pajarillo, y no es difícil dilucidar que el resto, incluso lo que no conocemos, forma parte del mismo tinglado. Se suceden las mazmorras cada vez más grandes para encerrar las galaxias, los universos y los dioses. También la nada absoluta queda entre rejas.

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Ya se ha logrado representar el monstruo cósmico que vive a millones de años luz de la tierra. Nuestros radiotelescopios, sincronizados y en condiciones atmósfericas ideales han dado grandes frutos. El jefe de este proyecto ha llegado a decir: «hemos visto lo que pensábamos que nunca podríamos ver, ni mucho menos fotografiar». Ya sabrán de qué se trata. A mi me parece un ojo gigante que nos devuelve la mirada sin humanidad alguna, como un animal; pero al no poder aún enfocarlo ni plasmar su nitidez real, todo resulta tan vago como nuestro conocimiento de los agujeros negros y los anillos cósmicos. En ellos se resume toda la poesía conocida.

«El oscuro silencio de la gran explosión».

Uni-verso - (c) - Ramón Molleda González

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