Su peor enemigo tiene su mismo nombre. A fuerza de repetirlo y maldecirlo se ha olvidado de semejante coincidencia. Y al recalar en este importante detalle y, a la vez, darse cuenta de que nunca, jamás, ha creído en las coincidencias ni en las casualidades, comprende que los nombres que son únicos sirven para esclarecernos la verdad, aunque duela.