En el hoyo

Había cavado el pozo olvidándome del propósito inicial de mi trabajo. Una vez dentro, todo empezó a tener sentido. Las nubes eran auténticas, recortadas por aquel halo de tierra no tenían posibilidad de ser comparadas con ninguna otra forma a la vista. Y el sol, que apenas veía de lleno más de cinco minutos, transitaba sobre mi cabeza con la celeridad que al final se espera del universo entero. Las noches eran oscuras. La luna llena no dejaban ningún matiz allí abajo, y las estrellas eran siempre las mismas, apenas una decena. Cerraba los ojos y seguían allí, en el mismo lugar, ancladas para siempre a la oscuridad. En una ocasión vi una estrella fugaz, si se puede llamar así a una estela pestañeante sin principio ni fin. Pedí un deseo pero no llovió. Escarbé en la tierra buscando humedad y la encontré gota a gota, estrujando la tierra sobre mis labios. Nunca tuve la intención ni el deseo de alimentarme; confieso que me rondaba la absurda idea de tragarme una semilla y dejarme morir en posición fetal.

Calculo que pasaron tres o cuatro días con sus tres o cuatro noches. Debería saberlo con exactitud, es verdad, pero después de cavar estaba tan cansado que quizás dormí más de la cuenta. Teniendo en cuenta que al despertar me fumé un par de canutos, es posible que en ese lapso no hubiese luna llena, ni nubes, ni estrellas, ni siquiera sol. Es posible que todo fuese fruto de mi imaginación. Es posible que sea un imbécil, como me soltó el encargado cuando agotó sus días libres, antes de sacarme del hoyo a la fuerza y ponerme al frente de una excavadora… pues así es como se cavan las piscinas para no perder el tiempo en gilipolleces.

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