Nuevo mundo

A toda vela, con mucho viento y mar, a la caza de esa «tierra» que el vigía gritó de madrugada. Pero en saliendo el sol no vieron su presa por el gran cerrazón de nubarrones y no hubo aire por meses. La vela maestra se deshizo por falta de limpieza. El vigía murió. El barco yacía inmóvil y el mar se había muerto en su propio tedio. Las aguas de la sentina se corrompieron por falta de ventilación. La pudrición de la madera, las ratas muertas y las bacterias crearon un caldo infecto. Los hombres se contagiaron fiebres y diarreas. El Almirante, que fue el último en comenzar a delirar, escribió una carta llena de falsedades con idea de que fuese entregada al escribano de sus Majestades: «En llegando aquí, vino el olor tan bueno de flores y árboles enormes, todo fértil, gentes dóciles, sin bestias de cuatro patas… esta tierra que mandaron descubrir vuestras altezas es grandísima y pura, y habrá otras muchas de las que jamás hubo noticia».

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